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Una fantasía sobre la relación amorosa de dos de nuestros más queridos personajes: Hermógenes y Victorina

14-02-2019


Una fantasía sobre la relación amorosa de dos de nuestros más queridos personajes: Hermógenes y Victorina
Hermógenes Esquembre Familia Penalva (Victorina, de pie a la derecha) Victorina Penalva, heredera del negocio de fotografía de su padre Hermógenes y Victorina
Victorina Penalva Postal romántica de Hermógenes a Victorina, fecha 1914 (I) Postal romántica de Hermógenes a Victorina, fecha 1914 (II) María Virtudes Esquembre Pintura de la Basílica de Santa María, elaborada por Hermógenes

En un día como hoy, parece oportuno permitirnos la licencia de publicar lo que muchas veces hacemos en privado cuando investigamos: fantasear con nuestros fondos, dejar que los datos nos susurren emociones, imaginar en todas direcciones… Ensoñarnos con las historias que subyacen e hilar lo que no sabemos. Os voy a trasladar a la Valencia de 1904. Allí comienza una historia de amor que merece ser recordada, por moderna, por feminista, por hacer de las distancias una fuente de creatividad, por basarse en la admiración mutua entre un hombre y una mujer, por respetuosa con el crecimiento del otro.


El Joven Hermógenes Esquembre es un hombre inquieto, que acompaña a la sociedad villenense, pueblo en el que nace, con una mirada artística, costumbrista, periodística, veraz. Acaba de comenzar sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes en Valencia. Su padre, un comerciante de ultramarinos, probablemente le apoya en algunos gastos, pero aun así, ha de compartir piso y lo encuentra en la casa que temporalmente ocupa el pintor y fotógrafo ilicitano Matías Penalva.


Las fotos de sus tres hijas casaderas rondan por la casa, y Matías, que ve con buenos ojos a Hermógenes le habla de las virtudes domésticas de Generosa y Córdula que posan embutidas en sus corsés. -¿Y está otra?- pregunta el joven refiriéndose a la muchacha que detrás de él posa sus manos sobre sus hombros. -Esa… esa es Victorina- señala Matías con una evidente contradicción chisporroteándole en los ojos. -Ahora mismo se ocupa del negocio familiar, a veces creo que es un hombre, un poco seca ¿sabes? Pero es “la més arriscá de totes”.  La única que se ha atrevido a seguir con la fotografía-.


Y Hermógenes sonríe, porque confirma que efectivamente esa es la que le gusta.


Victorina Penalva no es un poco hombre, es acorazada en su femineidad. No quiere que nadie le proponga matrimonio, se viste hermética y digna. Años más tarde, su hija aplicaría la misma práctica y se resguardaría en un gesto de santa, de chiquilla eternamente atrapada bebiendo de la concha en el famoso cuadro de Murillo. Las dos escondidas, la primera por no haberse enamorado hasta el momento nunca, la segunda por crecer desde la cuna enamorada de un modelo. Ambos sentimientos los ocasionó el mismo hombre.


En los años siguientes, a menudo sube Victorina a Valencia, le trae encargos de retratos a su padre. Y comenta con Hermógenes las dificultades de la acuarela, técnica que comienza a ofertar en el gabinete que regenta en Elche. Esquembre espera cada vez con más ansia sus visitas, comienza a interesarse en las artes fotográficas sólo por tener una excusa para preguntarle a la muchacha cuáles le parecen las bondades del carbón sobre las técnicas de bromuro, y le envía las dudas en postales. Ella le contesta siempre profesional y piadosa. A punto de terminar su formación, en 1909, un afortunado retraso de Matías les permite estar a solas. Antes de que se volatilice al no encontrar a su padre en casa, él la sujeta del brazo. -Necesito tu ayuda- susurra -Estoy atascado. Es el autorretrato. No me reconozco en lo que he intentado-.


Victorina espera a que él se ponga el traje refugiándose detrás de la cámara de Matías, asustada por un insolente calorcillo conquistando su compostura, que amenaza con convertirse en sudor y desmontarle todo el elaborado peinado. Cuando Hermógenes aparece y busca nervioso la postura que le defina para inmortalizarse, ella avanza hacia él. Sabe muy bien quién es ese hombre y cómo retratarlo. Le coloca de semi perfil, le pone derecha la pajarita sin mirarle. -¿Tengo el bigote simétrico?- pregunta, y la obliga a posar sus ojos en él. Hermógenes consigue verlo, acaba de descubrir el incendio en el que se ha convertido el maldito calorcillo. Entonces se atreve a posar la mano en su cintura. Pero ella le aparta, -Quédate quieto- le ordena. Se apresura a refugiarse bajo el chal que le aporta la oscuridad necesaria a la cámara para abrir el objetivo. Y le termina de captar.


Quizás Victorina salió corriendo después del disparo y estuvo unos años peleando con los espíritus que pretendían campar en su vacío. Sabemos que Hermógenes gana premios por su obra artística en Valencia y completa sus estudios de pintura junto a Cecilio Pla en Madrid. Y alrededor de 1906 decide volver a fijar su residencia en Villena.


Desarrolla entonces sus más notables obras pictóricas, se involucra como reportero y dibujante en el semanario Villena Joven y abre una academia de dibujo. De todos estos logros desearía que ella tuviera constancia. La recuerda, le manda saludos y mensajes entre líneas en las cartas que escribe a Matías y no recibe más respuesta que saludos formales.


Ahora que leo esta historia y vuelvo a extender las fotos y los documentos sobre el escritorio, he reparado en una persona de la que siempre nos hemos preguntado qué papel jugaba su presencia en la correspondencia en la historia de la familia y que en este momento encajaría para darle el vuelco necesario a este romance.


María Virtudes Esquembre prepara su viaje a Malpica, Chile, donde la han destinado como misionera tras su ordenación como monja. No se le ha escapado la taciturnidad de su hermano desde que volvió, el genio creador incapaz de quedarse quieto de puro tormento. Escribe entonces a Victorina para despedirse de ella, le pide que le haga una postal para regalársela en recuerdo a sus seres queridos vestida, con su hábito de monja y agarrada al Sagrado Corazón de Jesús.


En el encuentro se las arregla para hablarle del errar de su hermano por el estilo oscuro del maestro Zuloaga, de las miserias para ganarse la vida tanto como pintor como de periodista y para insinuarle que podría enseñarle a salir a flote si le ayudara a ampliar su negocio con las artes fotográficas.


Varios días más tarde, Hermógenes recibiría una postal de Victorina de la Catedral de Santa María, en la que le preguntaba si podría hacer un óleo con algunas de sus fotos, para exponerlas en la vitrina de su Gabinete.  


De la segunda década del siglo contamos en el archivo con numerosa correspondencia de la pareja que se declara amor, que se cuentan su día a día, que se mandan opinión sobre colecciones y técnicas, que se ríen creando composiciones humorísticas.


Tenemos constancia de que Esquembre amplió los servicios de su escuela recurriendo a la fotografía.


A veces, cuando paso la mano por el libro sobre el Desnudo en el Arte que encontramos envuelto en un pañuelo verde opaco y escondido en el fondo de aquel baúl, me gusta imaginar a una Victorina a la que le desapareció el pudor, tumbada como modelo para los ejercicios de dibujo que practicaba su amado y al que le seguirían tórridos encuentros, que destruirían el ropaje discreto y la harían posar en el mismísimo Vestido Imperio.


Quizás encontró en esos momentos fugaces la plenitud espiritual, la liberación de la Mujer de cuyo movimiento se descubrió pionera, la paciencia para esperar a desposarse con 27 años.


He llegado a divagar, al comparar la fecha de la boda con la del posible nacimiento de su primer hijo, o cuando leía que él la llamaba “mi esposa”, que se tuvieron que casar precipitadamente en el momento en el que se dieron cuenta de que habían concebido a Ramoncín. No deja de ser curioso que en una familia de fotógrafos no se deje constancia de tan esperado momento, si bien es cierto que a principios de siglo no era la costumbre.


Pero los pensamientos se me desmoronan cuando los contrasto con la celosía religiosa y el sólido aferramiento a las liturgias católicas que toda la familia demostraba. Barajo entonces que fue la responsabilidad empresarial de Victorina lo que sostuvo su amor en la distancia, su emprendimiento y tenacidad que la llevan a centrarse en su carrera profesional, empujando sola el negocio en Elche, hasta conseguir unos ingresos estables a partir de la fotografía artística y burguesa que les permitieran formar una familia, lo que finalmente ocurre en 1916, con el traslado del artista a nuestra ciudad.


¿Pudo ser la historia así?, ¿explica esta versión las lagunas de nuestras investigaciones?, ¿contesta el porqué de una relación tan larga en la distancia, o el carácter seco y emprendedor de Victorina? Pueden probar ustedes a hacer una versión alternativa si lo desean, los datos objetivos de partida los tienen recogidos en el Setiet nº 23.


Autora: Nuria Quiles, colaboradora del Museo Escolar y donante de la colección de Hermógenes Esquembre.

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